Fundadora de las Hermanas Josefinas de la Caridad
San José, ¡qué gran santo! San José un santo sólo superado en santidad por Nuestro Señor Jesucristo y por la excelsa madre de Dios y que supera en santidad a todos los demás. ¡Grandeza inmensa de San José y de un orden superior! Pero la grandeza de San José contrasta con lo que solemos llamar grandeza. La historia de entre el conjunto de todos los muertos levanta sólo a unos pocos para mostrárselos a la Humanidad. Y, así nos presenta a César, a Aristóteles, a Arquímedes, a San Agustín, a Santo Tomás de Aquino, a Miguel Ángel, a Newton, etc. Mientras que deja a muchos otros durmiendo en la noche del olvido.
La historia también levanta bien alto a importantes obras clásicas como “El Quijote” de Cervantes, los “Ejercicios Espirituales” de San Ignacio de Loyola, obras musicales de Beethoven, la catedral de Burgos,… Pero, San José no tiene grandezas como estos geniales científicos o grandes artistas. San José no nos ha dejado libro alguno, ni obra artística alguna. San José no tiene ninguna de estas grandezas humanas. San José más que al victorioso corcel blanco del Mío Cid cabría compararlo a la laboriosa abeja y a la infatigable hormiga. San José es el santo que no brilla, que vive una vida humanamente oscura, vida normal y vida de trabajo. Vida de trabajador pobre, vida en la que recayeron no pocos sinsabores. San José es un obrero, uno de tantos. San José es una persona sencilla y humilde, uno más.
Y, esta fue la grandeza majestuosa de San José. San José fue grande porque hizo sencillamente lo que Dios quería. Hizo de su vida, ni más ni menos que lo que Dios quería que hiciera de ella. San José halló la verdadera y gran sabiduría, la que consiste en aceptar y querer los planes del Dios que sabe más que nosotros, Dios infinitamente sabio e infinitamente santo. En definitiva, San José vivió sencillamente, lo que quiere decir que vivió de la manera más grande, pues como dice el gran Balmes: las almas grandes son sencillas.
Ya podemos entender que la sencilla Caterina y el sencillo San José harían buenas migas. San José fue el santo predilecto de Caterina. San José era su amiguete, su íntimo, su confidente. Caterina se iba a José, a Jesús y a María y se lo contaba todo. Caterina tenía un trato cordial con este santo cuya imitación estaba tan al alcance de la mano. Caterina, como San José, de espaldas a los laureles, se ha sumergido en su mundo de sencillez. ¡Bendita sencillez! Y, afectuosamente unida a su Jesús hermoso, Nuestro Señor, con un corazón palpitante, realiza su labor, su bordado. San José se ocupó de cosas tan sencillas como de dar de comer a Jesús, de darle de beber,… Caterina, como San José, se ocupará de Jesús. Y resonarán muy especialmente en sus oídos aquellas palabras del Santo Evangelio en que se nos dice que lo que hagamos a alguno de estos pequeñuelos se lo hacemos a Jesús: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber,… (cf. Mt. 25).
Caterina en el enfermo está viendo a Jesús. Lo que le pide a Caterina su corazón palpitante, secundando los planes de Dios, es ser una madre para los enfermos y para los que sufren, aliviarles y consolarles, lograr la sonrisa en medio de la pena. ¡Este es el bordado de Caterina!
Por: José Mª Montiu, pbro. | Fuente: Catholic.net